Variedad
Me fascina la variedad en todo lo que veo, pruebo, siento, huelo y toco. Me siento viva cuando puedo caminar a lugares nuevos, cuando conozco personas de todas las edades, razas y creencias. Me encanta lo nuevo y lo viejo que cambia; me embruja la infinidad de colores de nuestra tierra y cómo su gente puede sentir y creer en muchas cosas similares y sin embargo ser tan distintas.
La variedad en nuestro mundo es lo que hace que las cosas sean interesantes. Como Esopo y La Fontaine cuando hablaban de la primera persona que vio un camello, vivimos maravillados con aquellas cosas que nos son poco comunes y que, cuando llegan a ser costumbre, les perdemos el temor y les conocemos en su valor. Las mujeres somos impenetrables para los hombres y enigmáticas para nosotras mismas. Lo interesante de nuestro sexo, contrario al camello de Esopo y La Fontaine, es que nunca cesamos de sorprender, de cambiar, de extasiar. Y es en esa variedad que radica nuestra grandeza.
Comenzando mi aterrizaje en lo más inmediato, escribo hoy con el deseo de que cada mujer que me lee se detenga por un momento y piense: ¿por qué demonios me he creído ese cuento de que debo ser igual a las demás? ¿Por qué nos venden el mismo traje que a miles de mujeres más pero no podemos ponérnoslo todas juntas para el mismo baile? ¿Por qué tengo que ser flaca, o blanca, o alta, o “proper”?
Todas somos víctimas del asalto de las comunicaciones masivas. Los que dominan las fuentes de comunicación (sí, fuentes y no medios, porque son ellos quienes disponen lo que se comunica, no quienes meramente transportan la información) deciden cómo debemos vernos y comportarnos, lo que es aceptable y lo que no. Y nosotras, bien idiotas, lo creemos. Hasta las que no lo creemos, preferimos no menear mucho el bote y por lo menos mantenernos más o menos dentro del “sistema”. ¡Y ay de las que traten de salirse! Esas han sido llamadas putas, brujas, problemáticas, sucias, jodonas, cabronas y muchísimas otras cosas.
Yo soy una de esas. Como dije, me gusta la variedad. No creo que el mundo sería tan deseable si todas fuéramos flacas o gordas, blancas o negras, altas o bajas. Veo como en algunas culturas la belleza femenina se define por piernas largas, caderas anchas o tetas grandes. En algunos lugares una mujer inteligente tiene gran valor y en otros no. De cualquier forma, la mayor parte de las mujeres no conformamos esa definición exacta de belleza, ni aquí ni en la Luna. Entonces, ¿qué podemos hacer?
La respuesta es sencilla: nos debe importar un bledo. Yo soy de las que pueden llamarse, físicamente, “del montón”. Mi tamaño, para un boricua, está de “nice” a “wow”. En NY sería “plus” y en Hollywood, Miss Piggy. Lo que pasa es que a mí no me importa lo que piensen de mi físico aquí o allá; me importa lo que pienso yo. Y ya aterricé. Quiero decirle a cada mujer que la lucha por cómo nos vemos, la guerra de la imagen, es una soberana estupidez. Vivir buscando ser el tipo de mujer perfecta es la mayor idiotez que podemos hacer. Ninguna, ni la más linda, se libra del tiempo. Si no me creen, busquen en Google a las “diosas” de Hollywood de hace 20 o 30 años. Hoy no se ven ni tan flacas ni tan hot.
No tengo nada en contra de quienes quieran estar flacas o vestirse y actuar de tal o cual forma. Ellas no tienen que excusarse con nadie y nadie tiene el derecho a pedirle excusas. Pero tampoco hay derecho de pedirle cuentas a quien decide no matarse por perder cinco libras más o someterse a una cirugía para tener más labios o menos panza. El valor de cada mujer está en lo que es, en cómo se piensa y se siente como ser humano, no en cómo se ve.
En vez de concentrarnos en las apariencias, busquemos cosas que nos llenen verdaderamente. Para ser feliz no hay que parecerse a una modelo. Tampoco es cuestión de mandar a la porra todo y dejarse ir. Lo importante es comenzar por aprender sobre nuestro cuerpo (se sorprenderían de la inmensa cantidad de nosotras que no sabemos casi nada de nuestras funciones biológicas), construir una mente fuerte y adecuada a quiénes somos y cómo nos vemos, y hacer caso omiso a los anuncios, programas, películas y fotutos que nos dicen que para vernos bien, estar bien y vivir bien debemos ser así o asao.
Me gusta la variedad y doy gracias por ella. No quisiera ni por un momento vivir en un mundo donde todas las mujeres nos veamos iguales o, mucho menos pensemos iguales. Cada una de nosotras, desde nuestra talla hasta nuestro intelecto, podemos lograr nuestras metas mientras le damos a la vida ese sabor único que representa nuestra variedad. Cuando internalicemos cuán maravillosas somos, estaremos en posición de llevar ese mensaje al resto de la sociedad y construir, por fin, una comunidad que viva de rodillas agradeciendo que somos distintas, somos increíbles y somos la sal de la tierra.