El capitán (Parte I)
El mar era testigo de su presencia. No era presumido pero su sonrisa manifestaba la alegría de la vida que es su pasión, navegar, y sus ojos tenian una mirada translúcida que en los días, el Sol se reflejaba y en las noches, la Luna era cómplice del brillo iluminando el horizonte en cualquier dirección. Era un verdadero Capitán. Tenía control de su vida al igual que de su embarcación.
Estaba entregado a dar de sí mismo, ya que el egoísmo no lo conocía su ser. Su esencia era pura, genuina y única, aunque todos no lo pudieran comprender. Los días y las noches pasaban volando y el Capitán nunca abandonaba su cándidez. Las mañanas que subía a su barca eran muy cálidas, mientras recorría el Sol sobre su piel. El Capitán navegaba las costas alrededor de cayos, islas e isletas por doquier. A los puertos pausaba en su recorrido, dejando su espíritu de caballero sin altivez. Él desconocía que su presencia imponía lo que cualquier ser humano debe conocer; pero al ser sencillo y humilde, hasta el orgullo se ruborizaba en su desnudez.
El Capitán amaba la lluvia y le apasionaba verla caer sobre el agua salada de la que él convertía en lugar de placer. Nunca supe si usaba brújula o rosa naútica para navegar sus coordenadas pero hay algo que supuse pués, él conocía el agua y en sus encuentros era muy fiel. Escuchar sus palabras, sus anécdotas y risas era sentir como su vida la valoraba en torno a un elemento que sólo Dios lo pudo ofrecer a un Capitán que agradeciera con ganas la vida que decidió tener. Los días, meses y años pasan, el Capitán no pierde su timonel. El norte es su norte, el sur lo deja perder en silencios, momentos y olvidos que sólo él puede entender. De este a oeste recorre, estelas, brumas y olas son acompañantes de sus viajes de placer. Paseos tranquilos, paisajes cautivos en días y noches que decide tener. Minutos y horas se convierten en recuerdos intrínsecos en su ser. Éstos se hacen parte de la esencia de un Capitán a este nivel.
Ser capitán, sería para cualquiera tener dominio de más de tres. Pero este Capitán no es uno de esos que se “hacen de títulos” para mirar a todos sobre él. Es un Capitán de pura nobleza con un corazón dulce y abierto para dar de lo suyo, ofreciendo su mano y haciendo el bien.
La gente no sabe en el área que navega, que su embarcación la rodean redes hechas de miel.
Cada día que suelta sus anclas, la vida pasa y un suceso no tiene que responder.
Pero así pasaron años y muchas ancladas mientras él se daba a querer.
Los mares y océanos murmuraban y hablaban de este Capitán por doquier. Todos los habitantes del agua le admirábamos porque sabíamos como amaba nuestro hábitat y sólo con sirenas saciaba su sed. Esa sed de amor, de un cuerpo salado y dulce con alma clara y mirada bendecida de la luz que lo vió nacer.
Conocer al Capitán no era una hazaña ya que él se daba a querer. Entrar en su vida y llegar a su alma era viajar en una vía láctea de energía con luces y aúreas que sólo se viven junto a él.
Capitán de agua, sal y arena, olas y marullos lo han visto crecer. La tierra clama sus aventuras, el cielo es testigo de su cándidez. Lo alumbran estrellas en las noches claras, la Luna se posa en su mirada fiel, para esperar al Sol que cada mañana le devuelve el brillo a sus ojos que dan vida a todo lo que él ve. Cada día que regresa a su barca emprende otra jornada de pasiones, deseos y emociones que sólo su espíritu y alma se alimentan de él. El Capitán internaliza cada vibra del agua que erotiza su alma y brinda éxtasis a todo su ser. La esencia de este Capitán no la posee cualquiera y esta historia no termina aquí.
Pero sólo digo, que valió la pena conocer al Capitán que me dejó partir.
No podré contarle a nadie la razón de mi historia, pero en “mi mar” sí, porque nadie creería que un Capitán que ama las sirenas, pudo “salvar” a un sencillo Manatí…