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La mujer en la política: un análisis primario



La cercanía de las elecciones pone de relieve la participación femenina en los procesos políticos, especialmente en las democracias. Escogemos este sistema porque en teoría debe ser el que más propicie la participación de ambos sexos a través de mecanismos de más fácil acceso. Esa es la teoría.


La realidad es otra cosa o, como dicen en la calle, otros veinte pesos. Eso se debe a que el sistema político actual, al menos en Puerto Rico, sigue modelos que calcan mayormente el sistema americano. Con excepción del Colegio Electoral, nuestro sistema político es casi igual al de los Estados Unidos. Los beneficios de dicho arreglo son muchos, especialmente cuando el sistema se pone a prueba de las ramas judiciales. Hay vasta jurisprudencia que permite llegar a conclusiones más certeras, lo cual hace más fácil la resolución de los conflictos electorales. Sin embargo, este sistema adolece de un mal terrible: no se ajusta a nuestra realidad.


El sistema electoral puertorriqueño impone dos procesos distintivos en las urnas: las primarias y las elecciones generales. Mediante el voto directo, los ciudadanos escogen a las personas que quieren en los puestos electivos disponibles. Hasta ahí, santo y bueno. Lo que sucede es que nunca se queda ahí. El resto del proceso político, el que lleva hasta esos dos momentos cumbres del voto, es uno lleno de discordancia.


El sistema político puertorriqueño, por virtud de la forma en que fue manejado desde el principio, provoca la centralización de poder. Antes se basaba en caudillos como entes de poder y repartidores del bacalao, y ahora se basa en partidos con “caudillos de ocasión” que hacen lo mismo. Estos partidos han mantenido el patriarcado como principio rector, al punto de que muy pocas mujeres han logrado acceder a los puestos electivos máximos dentro de los mismos. La única mujer que ha logrado llegar al puesto de gobernadora, Sila M. Calderón, vivió luchas internas en su partido que fueron tanto o más fuertes que las externas.


Lo que sucede con estos partidos es que su finalidad es atraer la mayor cantidad de gente que piense igual, no dar oportunidad a que sectores que concuerdan con algunas de sus ideas, pero no con todas, tengan participación y acceso a las estructuras de poder. Por ello, excluyen sistemáticamente a las minorías políticas, religiosas, étnicas y, sí, de género. No hay que señalar a quién nos referimos en esta última.


Los partidos tradicionales no permiten cambios en su estructura porque todo el andamiaje está pensado y reforzado en la defensa de unos pocos grupos de interés que buscan su turno para repartirse el botín de la campaña. En eso no hemos andado lejos desde los tiempos de los españoles. Lo importante es promover el partidismo de ultranza y sustentar el inversionismo político, ya que la victoria es efímera.


En toda esa madeja de alianzas, planes y cambios de sillas planificados, temas como la igualdad y la democracia toman un segundo (a veces hasta último) plano porque no consiguen llenar de manera expedita las ambiciones de quienes corren los mecanismos internos.


Esa es la realidad de la política puertorriqueña. Cuando a esas estructuras se suma el triunfo de la pobre educación política que ha tenido nuestro pueblo, algo planificado desde los partidos, no nos sorprende que en pleno siglo 21 todavía la mujer no haya alcanzado una participación igualitaria en el sistema. Claro, eso tampoco nos excusa de buscar remedios que “meneen el palo” y consigan cambios sustanciales en los partidos y en todo el sistema político. Lo que pasa es que esos cambios serán difíciles y podrán tomar muchos años si no nos comprometemos con la lucha constante.


El rol político de la mujer puertorriqueña del 2016 es sencillo:


  1. Reconocer que el sistema actual no nos sirve y que hay que cambiarlo.

  2. Unirnos más allá de banderas políticas, de partidos, y conformar una alianza de progreso femenino. Eso significa apoyar a toda mujer que quiera entrar en el ruedo político, aún cuando dicho apoyo no se traduzca en un voto el día de las elecciones. Lo importante es no serrucharles el palo del saque y luchar porque tengan una oportunidad justa de competir.

  3. Educar a todas las mujeres sobre la importancia de que tomen un rol más activo en la política. Hay que comenzar esa educación desde la niñez, pero a corto plazo hay que trabajarla fuertemente en las niñas y jóvenes que conforman los próximos dos ciclos electorales.

  4. Desarrollar escuelas políticas no partidistas, donde las mujeres puedan aprender y afinar sus habilidades políticas, allanando el camino para presentarse en eventos electorales en todos los niveles.

  5. Proveer espacios públicos para la expresión política de la mujer, incluyendo foros de y para mujeres, y seminarios y conferencias que presenten la política desde el punto de vista de la mujer.

  6. Crear una súper alianza de mujeres que sirva para empujar cambios sociales, educativos y políticos en la Legislatura y el Ejecutivo. Esta alianza tendría el propósito de adelantar las causas de igualdad en todos sus aspectos y provocar consecuencias políticas para todos los que se opongan a la igualdad de género en la teoría y en la práctica.


Como vemos, el secreto a voces que jura que nuestro sistema político está dañado es una realidad. La presencia de la mujer en nuestras papeletas es una muestra de ello. Los roles de liderazgo dentro de los partidos es otra. La falta de aplicación de las leyes que nos protegen también lo demuestra. Ahora, si es evidente el fracaso del modelo político actual, también es evidente que si queremos cambiarlo tendremos que hacerlo nosotras mismas.


Si ya perdemos porque no hacemos, tengamos la fuerza moral y entereza social de aceptar el reto de luchar para cambiarlo. La unión de las mujeres puertorriqueñas probará ser la máquina arrolladora que cambie de una vez y por todas el sistema político puertorriqueño.


 

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