Unas jíbaras aguzás
Cuando Rubí nos invitó al Mercado de las Mujeres de Orocovis nos sentimos muy orgullosas. ¡Cómo no sentirse así, si se trataba de un grupo de artesanas del centro de la isla que estaban luchando para lograr sus metas? Para gran parte las mujeres que trabajamos por cuenta propia, la mera idea de montar un negocio es aterradora. Todas tenemos muchas responsabilidades con nuestro hogares, deudas y necesidades básicas para cubrir. Ante la presión que ejercen todas esas cosas en nuestras vidas, es difícil decidirse por un trabajo que representa un gran reto y una mayor incertidumbre.
Pro supuesto, fuimos hasta Orocovis con eso en mente. Pero la sorpresa al llegar fue gigantesca. Allí no nos encontramos con mujeres que solamente buscaban un cambio; encontramos mujeres que necesitaban un cambio. En el Mercado de las Mujeres de Orocovis palpamos la realidad de miles de mujeres puertorriqueñas que luchan día a día para superarse y para demostrarse a sí mismas que pueden lograrlo. Esa mezcla del necesidad con el deseo produce una fórmula muy poderosa; fórmula que es muy necesaria en el Puerto Rico de hoy.
Como todas sabemos, nuestra isla está pasando un su peor momento económico en casi tres cuartos de siglo. Todos los días escuchamos noticias de personas que tienen que abandonar el país para buscar nuevas oportunidades o que, a falta de alternativas viables afuera, se quedan y ven cómo las malas decisiones económicas y políticas del pasado nos siguen hundiendo en un pantano de estancamiento desesperanzado.
Es obvio que la crisis ha sacado muchas cosas que estaban ocultas bajo la sensación de confianza y plenitud que vivimos por tanto tiempo. Algunas de esas cosas que han salido a flote muestran una cara negativa de nuestro pueblo. Pero otras, como este grupo de mujeres, muestran la verdadera cara de las madres, hermanas, hijas y jefas de familia que se han enrollado las mangas y han decidido reinventarse para seguir adelante y alcanzar nuevas metas. Para comprender mejor a lo que nos referimos, pongámoslo en contexto.
La crisis en Puerto Rico ha azotado fuerte a los más grandes centros urbanos. Eso es evidente en San Juan, Bayamón, Arecibo, Ponce y Mayagüez. En el caso de pueblos más al centro de la isla como Lares, Morovis, Utuado, San Sebastián y otros, el efecto ha sido devastador. Todos estos pueblos cuentan con accesos rápidos y relativamente fáciles a centros urbanos mayores. Pero entonces nos encontramos con pueblos como Orocovis. Sorprendería a muchos saber que una gran parte de nuestro pueblo no puede señalar a Orocovis en un mapa y nunca le ha visitado. Muchas otras solo ha “pasado” por Orocovis, pero no ha ido a visitarlo. Eso ha cambiado en los últimos años con la llegada de una oferta gastronómica potente, mejor difusión de los festivales tradicionales y la ubicación de un centro de aventuras que ha tenido gran impacto en todo Puerto Rico. Sin embargo, todavía mucha gente piensa en la ruta Morovis-Orocovis simplemente como la de “chinchorreo”.
En ese cuadro pueblerino tan poco alentador, las luchadoras del Mercado de las Mujeres llegaron con una propuesta distinta: llevar productos preparados por sus manos artesanales a todos los que se aventuran en la ruta montañosa. Este tipo de negocio requiere tesón, trabajo, perseverancia y paciencia. Dulces, panes, santos, plantas, masajes y música no son algo que genere ventas grandes en una economía regular y mucho menos en nuestra economía deprimida. Entonces, ¿por qué apostar a este modelo? Sencillamente porque estamos ante mujeres que no se amilanan, que apuestan al resurgir del consumo de lo de aquí, de la calidad y frescura de los productos acabados de hacer y del orgullo que guía a tantos puertorriqueñas a apoyar las que estamos sudando el futuro de nuestra tierra.
¡Ah, y que maravillosas esas luchadoras del Mercado! Pasamos varias horas compartiendo con ellas, probando sus productos, cantando y escuchando la lluvia tintinear sobre el techo de zinc del local. Los carros pasaban y tocaban sus bocinas, los visitantes se tomaban su café y nuestras editoras aprovechaban un buen masaje. En fin, una tarde gloriosa con un fresquito envidiable en un lugar paradisíaco poblado de mujeres valerosas. ¿ Qué más podemos pedir?
Regresando a nuestros hogares volvimos a sentir ese orgullo que sentimos por primera vez cuando Rubí nos invitó al Mercado de las Mujeres de Orocovis. Esta vez, sin embargo, era un orgullo lleno, confirmado. Mucho rato nos duró esa sonrisa que se nos salía cuando tarareábamos el estribillo de la canción que nos brindó una de ellas: “Soy la jíbara aguzá.” Entonces comprendimos claramente que el proyecto del Mercado de las Mujeres de Orocovis no era una locura contracorriente provocada por la crisis de este país. Sentimos el orgullo que se siente cuando comprobamos que estas mujeres maravillosas son, como quintaesencia de la mujer puertorriqueña, unas jíbaras aguzás.