El capitán (Parte II)
Fue una noche tibia a principios de junio cuando el Capitán se percató, que en sus redes de miel algo se cautivó. Yo no sabia que hacer y aunque estaba asustada no me podía mover. Traté de sacudir mi cuerpo graso, pero en vano y sin pensarlo el Capitán me avistó. Sonreí tímidamente pero evidentemente él no lo notó. Un manatí, no es una sirena que enamora a cualquier hombre de una embarcación. Mi sonrisa no brilla y en una noche como ésa a penas, se divisa mi pálido gris. El Capitán rápidamente con sumo cariño pasó su mano y sentí su calor. Fue inevitable, y me alegro de esto porque con este suceso, mi vida cambió. Tiró sus anclas, encendió las luces y apagó el motor. Tomó su tiempo y con palabras dulces y una mirada fija, escuché su voz. Ni una palabra fuerte saliendo de su boca la hubiese entendido yo, porque mientras él desenredaba mi cuerpo pesado y herido, pude sentir los latidos de su corazón. Me habló con ternura y sin mucha presura, me desenredó. Jamás en mi vida yo había visto al Capitán conocido por su amor y devoción. Respetado y adulado en mi hábitat por años, y ahora entiendo la conmoción. Se tiró al agua para percatarse de mi condición. Su sonrisa manifestaba la alegría de su pasión y la luz de su mirada reflejaba la Luna, cómplice de cautivar mi corazón. Un manatí gris pálida y pesada como soy yo en ninguno de mis viajes por mares y océanos hubiese pensado que un Capitán amante de sirenas bronceadas morenas perdiera su tiempo con peligro en su intento a hundirle su embarcación. Pero para mi sorpresa, ahí confirmé con certeza la nobleza de su corazón. Cuando ni siquiera hizo comentario alguno sobre mi físico y afanosamente me desenredó. Me preocupaba que mientras me desenredaba alguna sirena viera esa acción. Su fama de Capitán sencillo, genuino y único lo confirmé mientras yo nadaba suavemente cerca de sus redes de miel, él simplemente subió a su barca por una escalera corta cerca de un motor y miró su reloj, en un instante volvió a divisarme y me sonrió. Con voz firme me dijo que podía quedarme mientras se preparaba para salir de allí cerca de su embarcación. Comprendí que él tenia que bañarse, limpiarse y arreglarse porque en unas horas debía cumplir con su rol de Capitán pero en tierra y prometió volver otra tarde para verificarme por si tenia alguna herida que esa noche no se podía ver.
Días y noches pasaron mientras esperaba a ver si divisaba su embarcación. Pensaba como seria, si yo fuera sirena antes de que ese Capitán volviera por allí. Pero seguía mi rutina, sin viajar muy lejos de esa región. Un manatí añejada como soy yo, con una vida común que solo le gusta disfrutar la Creación, no es muy añorada entre mares y océanos llenos de tiburón y por eso me gustaba escapar a regiones donde mis compañeros de agua no frecuentaban. Moverme libremente, sentir marejadas entre mis aletas me daba placer. Ser Manatí no es fácil y aunque no lo crean, siempre pensaba que era feliz con un pez espada que decía amarme y que esperaba que le amara sin fin. Yo era fiel y en temporadas de mi pez espada siempre le complacía con todo pesar, porque no es común, pero es mi historia, un Manatí prometerle amor a un pez que causa dolor.
Recordaba esa noche mientras los días pasaban y mediando otro mes, escuché un motor y mi corazón se alborotó. Suavemente asomé mi ordinaria nariz y allí estaba, con algo azul que escondía el brillo de sus ojos, pero aún así me sonrió. Me hice la tonta, pues quería escuchar llamarme. Silbó fuerte y chasqueó los dedos de ambas manos con imponente acción. Me volteé coqueta, aunque no se diera cuenta, trataba de mover mi “ordinario motor”. Un Manatí pesado no causa emoción, pero no me importó intentar miradas, muecas y hasta mojadas ante este Capitán y perdí el pudor. Se removió los azules, su barca anclada y entró en un chapuzón. Se acercó, rozó mi cara, miró mis ojos y me besó…