Historia para nunca olvidar IV: Tormenta Tropical Eloísa
Utuado, 16 de septiembre de 1975.
Justo en época de huracanes para Puerto Rico y desde hacía días lo único que se escuchaba en mi casa era sobre la tormenta tropical Eloisa. Yo tenía nueve años de edad y recuerdo la lenta e inagotable llovizna. Ese martes suspendieron las clases y trabajos porque había probabilidad de inundaciones, derrumbes, pero Mami nos aseguró que todo estaría bien. Vivíamos en la urbanización Cabrera y allí nunca habíamos recibido ninguna inundación.
Aunque solo lloviznaba sin parar, las noticias alertaban que las pulgadas que habían caído sobre las áreas que alimentaban al Río Grande de Arecibo sobrepasaban las 19 pulgadas. Yo no tenía idea de qué importancia tendría esto pero sí estaba por descubrirlo.
Luisito Capella, vecino de apenas 12 años de edad, andaba por la acera frente a mi casa cuando alerta a mi mamá que una corriente de agua se estaba llevando su guagua, mientras trataba de aguantarla. Mami le instruyó a regresar a su casa y protegerse porque la calle no era segura, que la guagua era material y por lo tanto reemplazable, pero no así su vida. Luisito corrió a su casa mientras desde el balcón observábamos los autos despegándose del piso y siendo lentamente arrastrados por la corriente.
El nivel del agua sigue subiendo y lo último que escuchamos de la radio es que habían soltado las represas del Lago Caonillas por lo que se esperaba otro impacto mayor de corriente de agua. En casa estábamos Mami, Celia (mi hermana mayor), y tres menores incluyéndome. Mami mantuvo la calma y confiada nos dijo que el agua no llegaría hasta arriba, pero, si subiera, sería un poco por lo que debíamos subir del piso las cosas que se pudieran colocar en las camas y en las mesas. Sergio sugiere que salgamos y nos subamos al techo pero esta opción fue descartada.
Cerramos las puertas de la casa pues poco a poco comenzó a subir el agua adentro y así evitábamos los escombros. El nivel del agua se veía más alto fuera de la casa que adentro. Subimos una cantidad enorme de álbumes familiares, y otras cosas. Yo cerré la puerta del pasillo que separaba las habitaciones dormitorios del resto de la casa y celebré que estaba en una piscina. Ese fue un momento de espanto para mi mamá quien muy bien pudo disimular. Se nos desapareció la alegría cuando un aire acondicionado de ventana explota hacia el interior de la casa, cae sobre la cama y con él se vuelcan cama y álbumes. La cantidad de agua que entraba ahora era enorme.
Celia y Mami temen seriamente por nuestra seguridad pues el agua estaba cerca de cubrirme. Intentamos abrir la puerta del pasillo para subirnos sobre el techo de la casa, pero la presión del agua no lo permitió. Nos fuimos al cuarto que quedaba cerca de la parte de atrás de la casa. Recuerdo que pedí subir junto a mí a mi muñeca favorita: Patatina. Ya ella estaba muy mojada por lo que me dieron el muñeco de Sonia: Angelino. Me pusieron en la parte de arriba del closet con Angelino. Sergio estaba junto a Celia flotando de un gavetero, mientras Mami se balanceaba con Sonia sobre los colchones de la cama. Mami trató de romper alguna ventana sin éxito. La parte de atrás de la casa tenía un nivel más alto que al frente y podríamos huir a algún lugar más seguro. Rezábamos, cantábamos canciones de la iglesia y por momentos permanecíamos en silencio viendo el agua subir. El colchón, ya empapado comenzaba a ceder.
Por la parte de atrás de la casa escuchamos a alguien gritar: ¿Hay alguien ahí? Esto lo gritaban en otras casas y nosotros comenzamos a gritar, ¡Auxilio, Auxilio! Cada vez se acercaba más la voz hasta que llegó hasta nuestra ventana. Cuando nos escuchó, se acercó, solicitó que nos alejáramos de la ventana y nos cubriéramos. De varios cantazos logró que la ventana cediera lo suficiente para sacarnos.
Yo estaba descalza. Recuerdo que fui la primera en salir por aquel pequeño hueco. Era nuestro vecino Edgar Reyes. Me dijo que me montara sobre sus hombros y así me llevó por ese mar sucio hasta la verja que separaba nuestras casas y me dijo, espéranos en el otro lado. Allá es más alto, no te vas a ahogar. Ahora busco a tu mami y a tus hermanos. Entonces dio varios viajes hasta que nos sacó a todos. Ya en su patio, subimos su verja y trepamos al techo de una casa. Habían otras personas igualmente mojadas y tendiéndonos las manos.
Teníamos mucho frío, estábamos mojados y no paraba de lloviznar. Abajo se veían nuestras casas arropadas por un mar y según la información, se esperaba otra corriente de agua. También hubo rumores de que la Guardia Nacional los estaba recogiendo antes de que el próximo impacto llegara pues se esperaba que el mismo cubriera nuestras casas. El nivel del agua comenzó a bajar. Acordaron los adultos salir de inmediato antes que una segunda ola nos arropara.
Caminamos descalzos, sucios, con hambre, frío, sin ninguna pertenencia hacia el pueblo de Utuado. Camino al pueblo Mami se encontró con un familiar que nos proveyó alojamiento, comida y algo de ropa limpia y seca. Fueron muchos días difíciles donde no teníamos nada pero nos teníamos a nosotros mismos. Sobrevivimos a un evento de la naturaleza atípico pero no por casualidad, sino por la perseverancia y entrega de un vecino que visitó todas las casas que pudo para asegurarse de que nadie perdiera su vida.
Presenté mi segundo libro de poemas en Utuado. Allí estaba Edgar Reyes en la fila para que yo le autografiara su libro. Al entregárselo le mencioné que para mí era un honor dedicárselo pues yo le debía la vida mía y de mi familia, pues yo era la niña de nueve años que sacó por la ventana, trepó en sus hombros y salvó durante las inundaciones de Eloisa. Que estaba muy orgullosa de él y en nombre mío y de mi familia, gracias. Cerramos con un abrazo y ojos aguados de la emoción.
Dedicado a Edgar Reyes Pérez