Las pisadas del insomnio o sinfonía de la incertidumbre: crónica personal del huracán María en cinco
a los sobrevivientes puertorriqueños del otro huracán que vino después
Y aunque los vientos de la vida soplen fuerte
soy como el junco que se dobla
pero siempre sigue en pie.
--Dúo dinámico
Las pisadas de este insomnio han sido pequeños alfileres en espiral que me llevan una y otra vez a esas doce horas, a las siguientes dos semanas, unos 29 o los posteriores cuarenta y tres días, los insospechados ochenta días, interminables rotaciones sobre el cono de incertidumbre. Y me perforan poquito a poco las corazas. Son estos bocetos de una isla silente y fragmentada donde la empatía es voz y la esperanza, una polifonía en cinco movimientos al otro lado del puente, de la que aún solo percibimos susurros. Pero allí está y estaremos.
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Doce agobiantes horas… Adagissimo. Lo peor concluirá (ingenuo consuelo) después de esa docena de horas, eso escucho en la radio. Nosotros encerrados escuchando un carnaval ensordecedor de metales, maderas, vientos, susurros, miedos, como una pesadilla desesperante en la que deseas que suene el despertador, pero todavía faltan horas días meses. Aún no termina. ¿A dónde llegaremos después de esa fracción de jornada? El eco del huracán ruge y pita estrepitosamente. Miguel duerme junto a mí, encerrados en el estudio del apartamento. La gata me mira angustiada desde el escritorio. Sus sombras a la luz de las velas me transportan a un cuento de Poe. Abro la única botella de cerveza que eché en la neverita junto a otras provisiones para los tres. Cierro los ojos y bebo despacio mientras las ventanas crujen, las tormenteras percusionan, cristales caen; el pitido constante de ráfagas dantescas desde el mar, desde la calle, en círculos. Van más de seis horas. Agarro una botella de agua y la bebo a sorbos en cámara lenta, la ansiedad es una desesperada sedienta. En la radio las coordenadas comienzan a rajar nuestra isla de sureste a norte. Una mujer grita, y grito más duro, ¿dónde estás? El eco de las ráfagas recorre nuestro hogar. Allegro piú vivace. La gata se pega a mí gimiendo... Cleopatra, es el viento, se pega a mí con su colita abrazada... Despierto a mi hijo y le digo que tenemos que salir del estudio. Recogemos nuestras cosas y cruzamos rápido al baño, que no tiene ventanas. Nos recostamos de las dos puertas; en una mi hijo, en otra yo, por temor a que se abran y nos secuestre ese desesperante pitido del eco que ruge acompañado de una caótica sinfonía de cristales, árboles, puertas y pesadillas. De repente, se detiene la rabia huracanada, Miguel pregunta, son ya 8 horas, Cleo con su mirada de universo perdido. Los oídos se sienten como si estuviésemos en un avión a punto de despegar. Abrimos una puerta y nuestra casa es un lago... El pito maldito nos alerta y nos volvemos a trancar en el baño, pasan dos horas más y despertamos abrazados, los tres, sonreímos, nos colmamos de besos, pero no fue una pesadilla... El eco de este interminable insomnio sigue rugiendo pesadillas y silencios en la incertidumbre. Volveremos a la normalidad algún día, pero desde otra esperanza.
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Un día como hoy hace dos semanas... el mar me avisaba desesperado desde la mañana. Un martes hace dos semanas cerramos la tormentera del balcón y a las 10 pm le dije a Miguel, vámonos ya, es hora. Nos abrazamos, agarramos nuestras mochilas y neverita, la cartera felina y nos trancamos en el estudio (la habitación con la ventana más pequeña) con Cleo que ya no se nos volvió a separar. Desde esa hora cada vez más fuerte el dueto de mar y viento, al cual se unían nuevos instrumentos (tormenteras, cristales, un aullido que se multiplicaba formando una jauría dantesca, puertas golpeando desesperadas intentando detener la entrada de un hostil desconocido y aquel demencial pito al que se unían dos tres cuatro doce pitos); todo in crescendo como el Bolero de Ravel, versión grotesca, hasta llegar a una danza macabra... A las 5:30am era una orquesta ensordecedora de vientos, metales y percusión, despierto a Miguel que dormía en el piso a mi lado. Le dije, tenemos que salir de aquí, no se siente seguro. Recogimos en un minuto el equipaje y provisiones, a la Cleo, que no ocultaba en su mirada el terror, y corrimos al baño, que no tiene ventanas y así más horas... todas las horas de aquel concierto que ya cambiaba de movimiento a contrapunto.
Finalmente concluyó miércoles pasado el mediodía. Pero no hubo aplausos. Tampoco música para la esperanza. Todavía sentía en mi espalda los latidos de la puerta del baño, en la cual estuve recostada durante tantas horas. Cuando Miguel y yo salimos, pisamos suave, muy suave como si creyéramos que el apartamento podía colapsar en cualquier momento hasta caer de nuevo en ese réquiem huracanado sin final. Observamos en silencio el piso bajo unas seis pulgadas de agua en la sala, el comedor, la cocina y en el estudio donde originalmente nos refugiamos. Mis manos temblaban y Miguel me preguntaba con la mirada, ¿y ahora? Hijo, en dos horas terminaremos…. Y el temor de abrir la tormentera, y ver qué había ocurrido al otro lado, si ese otro lado de nuestra vida aún existía (no nos equivocamos, pues ya nunca volvería a ser lo mismo) no podemos vivir con los ojos cerrados ni con terror. Han pasado dos semanas en este otro lado, con los demás sobrevivientes, sin aplausos; solo el eco de aquellas horas y la incertidumbre... Dos horas sacando agua en nuestro hogar, más dos horas sacando agua en la de nuestra vecina, luego dos horas adicionales sacando agua del apartamento de mis padres (que oportunamente ya habían regresado a su otro hogar en España), más otras dos horas ayudando a recoger escombros en el estacionamiento, dos horas sentados en un muro meditando frente a un lago de seis pies de profundidad en la avenida, dos horas tratando de llegar casi a nado a otro lugar, a los otros que deambulan como nosotros incrédulos, perplejos, silentes, de dos en dos, son dos semanas y de dos en dos se suma ese calendario de incertidumbres y seguimos deambulando buscando un rumbo hacia lo que llamábamos normalidad pero a la brújula también se la llevaron los vientos.
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Día 29. Todavía las jornadas en el trabajo, por la falta de energía, son más cortas. Mi oficina, a la que llamaba (y ya todas mis amistades conocían como) las catacumbas jurídicas se perdieron, por lo que nos reubicamos en la biblioteca. Intento llegar lo más temprano posible, para traerle agua fría a mi querido amigo y colega Francisco, para preguntarle a los demás cómo están, si han dormido, a Pabsi si tiene gas que como siguen su mamá y Lalo, y a la vez contarles o contarnos a modo de terapia de grupo que seguimos a oscuras, que algunos no tienen ni techo, que el gobierno nos amputa las esperanzas en pequeños trocitos, que muchos se han ido, muerto, enferman, emigran, permanecen….
Llega a lo lejos por el antiguo parque muñoz rivera (ahora cementerio de árboles) hacia la entrada del tribunal. Está envuelta en una bolsa negra de basura. No tiene más de 27 años y su cabello recortado de peluquería no más de un mes, luce saludable en términos físicos. Según se acerca y ve algunos empleados y alguaciles se quita la bolsa, se queda desnuda y balbucea: “lo perdí todo” y se tira a un gran charco de fango. Una de mis compañeras de mantenimiento, bastante mayor, corre a buscar ropa en una oficina. Llegan unos policías, pero no quieren mancharse las botas. Los dos alguaciles hablan con ella, en lo que llega una ambulancia. Ella no quiere salir del fango, no quieren salir más a la calle, no quiere salir más de su mente ya perdida. Poco a poco la logran sacar, al menos su cuerpo, mientras ella se resiste. Finalmente la visten con la ropa conseguida y la logran montar en la oficina. Los que hemos ido llegando al tribunal vemos la ambulancia alejarse con la pobre joven. Nos quedamos en silencio unos minutos, mis ojos tratan de contener las lágrimas. Nos miramos con los ojos vidriosos, nos abrazamos en silencio…. Ya son 29 días del paso del huracán. Puerto Rico dolor fango incertidumbre empatía lucha camino...No es un cuento... pasó esta mañana pasadas las 7 am, una joven desorientada y destruida por el parque Muñoz Rivera; al menos el grupo pequeño de empleados del tribunal supremo consiguió algo de ropa y una ambulancia. Y el resto del día con el corazón partido, como el fango adonde la joven quiso refugiarse...
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Cuarenta y tres noches de insomnio y el puente se fragmenta en 61920 minutiesperanzas cada vez más nubladas como cada granito de arena perdido a fuerza de engaños, nos han robado hasta la luz al otro lado del horizonte. Es la sinfonía inconclusa en su segundo movimiento. Y me piden que escriba, y no puedo escribir, y me piden que lea y las palabras huyen como una caravana de hormigas locas por las páginas. Y le debo un escrito a Rosa, una crónica a Caleb, un cuento a José Cáez.
1032 horas después llegó la luz a mi apartamento. El día de los muertos por si faltan más calaveras y espejismos en el camino. Pienso en mis vecinos de toda la isla costa y montaña, en quienes no tienen luz, en los que siquiera tienen techo. Sigo caminando por las calles de Santurce y recuerdo aquellos tres pequeños murciélagos que yacían en una esquina. Lloré de tantas muertes, viéndolos, parecían tres niños que el viento se llevó mientras dormían y nunca despertaron aquella madrugada. No pudieron salir a comer, jugar con la luna en las noches. Son esos niños que aún no saben cuándo tendrán techos, esos que no saben cuándo habrá clases de nuevo, aunque tengan que protestar con la maestra de historia porque no pueden hacer la tarea sin Internet, como esos niños que tuvieron que dejar la isla y recuerdan a sus otros amigos que ni saben dónde están ahora… Lloré esos pequeños niños murciélagos que hace 43 noches los vientos secuestraron del nido familiar y los arrojaron al silencio.
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Ochenta días y me siento a escribir por primera vez, allegro ma non tropo. Celebré antes de tiempo, porque la palabra es más breve y el texto es un oleaje que no se detiene, que no tiene ritmo. Es como pasar las páginas de los fantasmas y las muertes, de los amigos que se han ido. De los que se han emigrado como Angel Isián, Melvin Rodríguez, Lala, Natalia y demasiados que mis querencias se fragmentan como un rompecabezas de soledades de los que se van pronto como Marlyn o mi Francisco favorito, sumando a tantos a los que se les han muerto familiares cercanos madres, abuelos, primos, tantos que murieron durante y a causa de este desastre natural y gubernamental, y mis palabras sueños se van con ellos y trato de escribir, pero no puedo. Mis palabras siguen en fuga de vientos. Sé que volveré a escribir. NO me rindo. Aunque nos mientan, porque tenemos la verdad, lo sabemos, los que nos quedamos, los que se tuvieron que ir. No me rindo, aunque nos roben, porque el amor, la afinidad o conexión especial con los míos y la poesía no me los pueden arrebatar, nadie. No me callo, aunque me arranquen la voz a fuerza de mentiras.
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Cien días. Tal vez ciento treinta, doscientos, la cuenta de los días se ha fugado mas no la poesía ni la empatía, cada poema es una mirada, un abrazo, una historia, mi gata que finalmente duerme tranquila a mi lado; mi hijo calculando su promedio para lograr entrar a la UPR en un año; el reunirnos a escuchar las vivencias de conocidos como los compañeros de jornada, de la palabra o de futbol de libros, esas excursiones con Alberto, Carlos Roberto, Alinaluz, Carmen Zeta y con desconocidos en la calle, en todas las calles de esta isla; al igual en las despedidas y en los reencuentros de la piel y la palabra. Este concierto que es la vida, la muerte, supervivencia y escombros sociales. Las pisadas del insomnio son ese lugar al que aún lleva a mi corazón y palabras sin rumbo y llora en el desasosiego de nuestra isla que algún día saldrá del cono de incertidumbre. Mientras, sobrevivimos a fuerza de palabras y llanto, pero esa sinfonía inconclusa de zozobras ya es un tatuaje en nuestra alma… y ya van demasiados días que la cuenta se me pierde entre las lágrimas, escombros y la distante esperanza. Al otro lado del puente está la luz. ¿Lo cruzaremos?
Ana María Fuster Lavín
Escritora puertorriqueña
Residente de Santurce