Misma cosa, diferente mensaje
Hace poco conversaba con mi amigo sobre la vida. Manuel, que en realidad lo conocí hace poco, es una de las personas más peculiares que he conocido en la vida. Lo conocí en el sótano de una iglesia mientras fungía como voluntaria donde él vivía refugiado. Desde la primera vez que lo vi, me llamó la atención su semblante, que, aunque era serio que se veía interrumpido frecuentemente por una sonrisa traviesa y a la vez segura.
Manuel, me inspiraba precisamente eso, seguridad. Vino de África y por muchas vueltas que da la vida y poco que yo pueda escribir para hacerle justicia a la grandeza de ésta, ahora estábamos conversando. Antes de comenzar el diálogo, tuve un lapso de tiempo en que desvié mi atención de los presentes para perseguir el rastro de mis pensamientos, que se fueron corriendo detrás de una imagen mental de Manuel en su aventura por la vida. “Que pequeña es mi vida comparada con la de este hombre”, pensé sintiendo admiración. ¿Cuántas vidas ha tenido la oportunidad de cambiar Manuel? ¿Cuántas más que escucharán su historia y serán inspirados?
Muchas de las riquezas de la vida, vienen de donde menos te las esperas y Manuel me había regalado tantas. De momento, mi viaje mental culmina abruptamente porque Manuel ha terminado de conversar con otros y se ha tornado a mirarme.
Nos miramos por varios segundos, el hombre de África que ha viajado el mundo y la puertorriqueña recién llegada a la gran ciudad y a pesar de que hay mundos de distancia, había un universo de similitudes. Una sensación cálida y de bienestar, llamada conexión humana, arropó mi cuerpo. Como si pudiera mirar en mi interior, Manuel me dice “A veces hay personas que no tienen diplomas, pero son las mejores personas.” Toma un paso afuera de la puerta y continua, “Ahora estoy afuera y si me dices, Manuel ahí está la puerta, voy a entrar, pero si estoy adentro y me dices, Manuel, ahí está la puerta, voy a pensar que me tengo que ir. Misma cosa, diferente mensaje”, me sonríe y continúa caminando.