top of page

La vida, el caos y el cambio

En ésta vida que nos tocó vivir a las mujeres tenemos una lista interminable, mental o en papel, de cosas pendientes que nos acompaña constantemente. A eso le sumamos los hijos, las mascotas, el trabajo, los estudios, la pareja y los amigos, quienes ocupan prácticamente todo nuestro espacio mental y emocional. Y ni mencionar el celular, el televisor o la radio que usamos como distracción. No tenemos, o mejor dicho, no nos damos tiempo y espacio para pensar o sentir. De ahí que sintamos que nos hemos perdido dentro del caos.

Pero hay momentos, como el tomar café mientras todos duermen o cuando se nos agota la batería del celular en medio del tapón, en que nos damos cuenta que nos sentimos vacías, sin rumbo y sin propósito. Durante esos instantes, recordamos los trillados consejos sobre buscar la paz interior, aprender a meditar, que no se puede vivir para trabajar sino trabajar para vivir, que no es trabajo si haces lo que te apasiona y que el dinero no compra la felicidad.

Siendo la pesimista que soy, fue difícil aceptar que los consejitos fueran ciertos. No es fácil revolver las gavetas en las que archivamos las distintas etapas de nuestras vidas y la amalgama de sentimientos que las acompaña. Después de todo, precisamente por eso es que los engavetamos.

Sin embargo, si ignoramos ese pequeño hoyo negro que sentimos ahora, en unos años todos nuestros momentos de felicidad serán absorbidos por él. Ciertamente, éste análisis lo hago en retrospectiva. Ahora me encuentro del otro lado del vacío que me invadía. Logré que el hoyo negro se redujera significativamente de tamaño. Nunca lo podré eliminar por completo porque es parte de existir.

El primer paso, como en todo, es aceptar que tenemos un problema. El hoyo negro creció hasta que un día ya no podía respirar. Ese fue el punto más bajo para mí y tuve que enfrentarme a mi hoyo.

Mi segundo paso fue buscar tiempo para mí; para pensar, meditar, relajarme, motivarme y leer mucho. Leí libros de autoayuda mientras la pesimista en mí gritaba a los cuatro vientos que perdía mi tiempo. Leí sobre la ansiedad, el estrés, la autoestima y sobre las armaduras que nos creamos para protegernos del dolor de estar vivos.

También corrí más de lo que pensaba que podría. Corrí para procesar las cosas que me agobiaban, rebajar, deshacerme de la rabia que tenía por dentro y de mis rencores. También corrí para meditar, saborear mis logros y los de mi familia, gozarme la música de mi “playlist” y celebrar cada milla recorrida y meta alcanzada. Entrené, corrí y terminé un medio maratón en el proceso.

Lo más complejo de manejar fue la culpa. Culpa de dedicar menos tiempo a la familia, al trabajo, a los amigos, en fin, a los demás. Nos crían para cuidar de los demás; para servirles, obedecerles, complacerles y aunque me considero feminista, es difícil sacudirse la crianza. En el proceso me dí cuenta que mi familia está feliz si yo lo estoy y que por más cliché que se escuche, la felicidad es un camino y no un destino.

Finalmente, me di cuenta que mi trabajo ya no me llenaba y que era el principal motivo de mi agobio. Al principio pensé que estaría atrapada en esa profesión por el resto de mis días. Por eso intenté durante años hacer de tripas corazón, pero nada funcionó. Debo aclarar que mi ambiente de trabajo era uno positivo y que mi relación con los demás era de amistad más que profesional. Por eso fue tan difícil detectar la raíz de mi problema.

El último paso fue cambiar de profesión, pero esa historia ya la conté en Crónicas de una Abogada en Transición. La pueden leer en la edición de febrero 2018 de Mujeres con Visión.

 

S/Noelia E. Martínez

Email: noeliaemartinez@gmail.com

Twitter: @NoeliaEMartinez

Instagram: Yanlya

Noelia E. Martínez es lectora ávida, fotógrafa aficionada, cocinera principiante, madre y esposa nivel intermedio, líder en desarrollo y escritora principiante. Nacida y criada en Puerto Rico, disfruta del campo, el coquito, el chinchorreo y sobre todo, la playa. Actualmente reside en la Florida con su familia.

bottom of page