El padre humano
Conocí a mi papá a los 16 años, caminando por una calle, me preguntó ¿Eres Mayela? Y yo le contesté, sí, y él de una manera amable y segura me dio la mano y me dijo: yo soy tu papá. Esa imagen es recurrente en mi vida. Su firmeza me marcó para siempre. Un hombre con buen verbo y todo un caballero. La función de padre no la ejecutó él, la ejerció mi abuelo materno quien se encargó de mi crianza, así que lo que sé sobre el significado e importancia en mi vida y, más allá, sobre su desvirtuación viene de estos dos hombres a quienes amo y extraño. El padre humano desempeña una función básica y tradicional: asegura la manutención, cuidado y educación de los hijos. Simbólicamente, además, desaparece cuando pasa a la adultez. Hay familias en las que la ausencia o falta de disponibilidad del padre, la figura paterna fue ocupada por modelos de referencia como un tío, primo o amigo cercano de la familia. Sea como sea, durante nuestra infancia fue inevitable que tomáramos modelos para ir construyendo esta función, de modo que vamos interiorizando un padre para nosotros mismos. Sí la función de madre es aquella que me pone en contacto con mi mundo interior y, en especial, con mis necesidades (es decir, es una función de cuidado), la función padre es la que me ayuda a satisfacer estas necesidades en el mundo. Por tanto, una función me permite relacionarme conmigo mismo, y la otra, con el otro y lo externo a mí. El padre, o la persona que ejerza su función durante la crianza, es la persona que viene a romper el vínculo/apego que el niño tiene con la madre durante los primeros meses de vida. Esta función es esencial para que comience el proceso de individuación del niño, para que comience a identificarse como alguien diferente y único dentro de la familia. Simbólicamente, el padre es el que viene a "romper" la cáscara del huevo, permitiendo que lo que había gestado dentro pueda ahora salir al mundo. Salir al mundo es otra de las principales funciones que aprendemos del padre. De niños, observamos y aprendemos de los que nos rodean cómo son las relaciones y las gestiones con el mundo fuera de la familia. En este sentido, el padre tiene la importante función de aportar seguridad al niño en sus primeros pasos en el mundo, es el sostén y a la vez el ánimo que te invita a caminar y te dice "ve", o lo que es lo mismo: "vive". En nuestro desarrollo, el crucial momento en que nos soltamos de los brazos de mamá y comenzamos a investigar los que nos rodea, está sostenido por la función padre. Inevitablemente, estos primeros pasos son vacilantes ya que caminamos sobre algo desconocido. Si el padre no está al otro lado, para animarnos y recogernos, el niño guardará una desagradable experiencia de vacío que repetirá cada vez que haya de enfrentarse a algo desconocido en su futuro. Otra de las grandes funciones del padre es el establecer y mantener unos determinados límites. Los límites son esenciales para la vida y su desarrollo, sin ellos seríamos poco menos que animales temerarios. Nos ayudan a cuidarnos y a establecer relaciones de cuidado y respeto con el otro. Nos ayudan, además, a saber lo que es el "no", es decir, la frustración y su manejo. Por tanto, un límite establecido a su debido tiempo y con amor es un acto de cuidado indispensable. Claro que no todos los padres están disponibles para ejercer tal papel. Primero, porque todos somos humanos y no somos perfectos, así que será inevitable que nuestros hijos (como nosotros mismos en su momento), generen reproches hacia sus padres, ya que no podremos satisfacer siempre sus demandas. Segundo, porque todos tenemos nuestra propia herida y por tanto ésta acabará apareciendo de alguna u otra manera en la relación y, por tanto, afectando a nuestros hijos. En los casos en los que, además, haya abusos, maltrato, abandono, etc. el modelo paterno que aprende el niño viene marcado inevitablemente. Sí el modelo paterno ha sido especialmente dañino, lo más probable es que hayamos buscado referencias en otros lugares: un abuelo, un familiar o amigo cercano, un tutor o profesor... pudiendo por tanto conformar un modelo interno suficientemente bueno como para permitirnos llegar a adultos, y llegar suficientemente sanos. En mi caso, en el espacio que me crié no me permitió establecer un modelo de padre interno sano para mí, la gestión de mis necesidades ha sido en su mayor parte un tema de resolver continuamente, así que cuando mis hijos se encargan de mí, me siento atendida y extraña, cuando llega el otoño a la vida, reconocer el apoyo del entorno, para mí, es gratamente sorprendente. Negar la figura del padre, fijarme exclusivamente en lo que no había, no me permitió tomar lo que sí había. Esto no quiere decir que no ocurrieran daños ni heridas, sino que les di un lugar tan importante que acabaron ocupándolo todo. En mi proceso terapéutico personal, pude comenzar a tomar conciencia de ello y establecer un modelo más sano para mí, que me permite moverme mejor por la vida y gestionar mis necesidades en el mundo sin pataletas ni enganches. Hoy miro al padre humano y veo a mi papá con su ausencia y la gran lección que aprendí: acompaño y soy firme. Miro a mi abuelo y reconozco en mí su capacidad de administrar y cuidar al prójimo. Miro a mis hijos apoyándome y me siento restituida en el cuido y protección. Mi padre interior es humano, es amoroso y aceptado totalmente en mi corazón. ¿Y tú? ¿Cómo crees tú que es tu padre interior? ¿Cómo te gustaría que fuera? Quizá sea el tiempo de sanar la herida e integrarlo.
Mayela Carrillo. Ig @mayelacarrilloblanco