Don Eusebio, el hilador de tabaco
Cuando escucho la palabra racismo, un torbellino de memorias baten en mi pensamiento. Siendo muy niña conocí el racismo muy de cerca, sin saber lo que significaba la palabra y mucho menos el discrimen que carga. Siempre he sido muy empática con las personas que me rodean. Estaba acostumbrada a vivir en el campo, en la finca, donde todos éramos iguales, una sola familia. La mayoría de mis parientes eran blancos, varios de pelo rubio y ojos azules, otros con pelo negro, pero ojos claros. Ese era el mundo que conocía. Dentro de mi ingenua mente de niña, todos los demás seres debían ser iguales a nosotros. Mi madre era la de piel más oscura, pero el pelo bueno, así se referían al pelo lacio. La familia de mi abuelo la rechazaba, pero nunca se hablaba de la razón, ni jamás escuché que tocaran el tema. Para mí no era diferente. No tenía la conciencia de que su color de piel era más oscuro que el del resto de la familia.
Mi primer recuerdo de una persona diferente, viene de una visita que hice con una de mis tías al negocio de Don Eusebio, el hilador de tabaco del barrio donde crecí. Escuchaba a todos hablar de que él era negro, pero buena gente y simpático. Me atacó la curiosidad por saber por qué todos le añadían los adjetivos de buena gente, simpático, honesto, buena persona. Eso no ocurría con ninguno de los familiares nuestros cuando se mencionaban en la casa. Nadie me decía que uno de los nuestros era blanco, pero buena gente.
En mi opinión ningún niño nace racista. En los primeros años de vida, ni siquiera puede distinguir los colores por su nombre, o sea que mira todo sin hacer un juicio previo de porqué las cosas son de tal o cuál forma o color. ¿Qué es lo que crea a un racista? El racismo se crea con la conducta y los comentarios despectivos de los adultos hacia otra persona por su color de piel, sus facciones o su pelo. Ese proceder de los adultos en su trato con los que son diferentes a él o ella despiertan la curiosidad por las diferencias en los niños. Es entonces comienzan a copiar y a imitar los patrones de discrimen racial que aprenden de los adultos.
Sí, en muchos casos los niños rechazan a otro niño por ser diferente, pero si le preguntas la razón por su rechazo, es muy probable que no pueda explicarlo. Fue en aquella visita a Don Eusebio, cuando aún no sabía distinguir los colores, que escuché por primera vez que aquel hombre era negro, pero decente. No entendí nada, pero mi curiosidad me impulsaba a saber más y preguntar más de por qué él era diferente. Mi tía fue prudente y me dijo: “es que no todos somos iguales, algunos son diferentes”. Ella admiraba el trabajo que hacía don Eusebio con las hojas del tabaco; cigarros muy bien formados y el tabaco para masticar, “la mascaura”, decían que era exquisita en sabor y textura. Hacía su trabajo de forma excelente…pero era diferente.
Mi cabeza de niña traviesa y curiosa me llevó a preguntar a mis primos que si Don Eusebio se había pintado con carbón o si solo tomaba café negro. Era imposible entenderlo. Mis primos mayores, más traviesos que yo, me decían: “si te sigues juntando con Don Eusebio él te va a pintar de negro a ti, entonces te verás igualita que él”. No les creía porque ya conocía que su tierno abrazo no me había pintado, tampoco sentía miedo por sus comentarios. Sí sabía que aquellos ojos grandes, muy brillantes, su nariz ancha, sus labios gruesos, que cuando reía dejaban ver sus dientes amarillentos por el tabaco y su color piel, no eran iguales a los de mis parientes blancos, pero tampoco eran impedimento para que me simpatizara.
Por mucho tiempo seguía viendo y escuchando frases de rechazo hacia los negros, pero eso se hablaba solo en familia, no se discutían las razones para ello. Era una conducta silenciosa, como un secreto bien guardado, pero en muchas ocasiones se les hacía difícil ocultarlo. A través del tiempo fui conociendo que esos otros que tenían la piel oscura trataban de no mezclarse con los blancos. Tal vez por temor al rechazo y posiblemente porque se sentían discriminados.
La vida me ha regalado amigos y amigas con la piel oscura a los que he amado igual que a
mis hermanos blancos. Me da tristeza que aún en nuestros días sigamos enfrentando el racismo, que igual que la pobreza, la mayoría de las personas que tienen el poder para erradicarlo, lo siguen dejando a un lado, como si fuera algo inexistente en nuestra sociedad. Sí, tenemos racismo escondido debajo de la alfombra, detrás de la puerta y posiblemente escondido en la cocina. Ya no tenemos próceres como José Julián Acosta, Ramón Emeterio Betances, Segundo Ruiz Belvis y otros que lucharon por la abolición de la esclavitud hace más de cien años atrás, pero a pesar de ese esfuerzo, nuestra sociedad sigue sin cortar los eslabones de la cadena del discrimen racial. Lo peor de todo es que seguimos tolerando el mismo, a través de las diferentes manifestaciones del arte, la música y la literatura. Solo tenemos que dedicarle un poco de tiempo a escuchar las letras de algunas canciones que, aunque ya están pasadas de moda, nunca fueron censuradas. Si buscamos nuestra herencia cultural, en Puerto Rico, nadie puede proclamarse blanco y puro porque somos una divina mezcla de razas, que nos hace únicos.
Ana Delgado Ramos
Escritora